E  L    D  O  M  I  N  G  O .>> “Como yo los he amado”>>

 

 E  L    D  O  M  I  N  G  O 

“Como yo los he amado”>>

 

         En las palabras de Jesús que escuchamos el domingo pasado, quedó c omo trasfondo la imagen de la vid y los sarmientos. El pasaje del Evangelio de hoy constituye su continuación. La consigna sigue siendo permanecer unidos a Jesús, como los sarmientos a la vid, para poder producir frutos.

           Todo lo que Jesús dice avanza en una especie de ciruelos que se van repitiendo y cada vez añaden algo más que completa lo antes mencionado, la consigna de permanecer sigue en pie, pero ahora con algo más: “permanecer en mi amor”. La finalidad es dar fruto, pero ahora ese fruto se relaciona con el amor fraterno. ¡De qué amor habla Jesús? Nosotros tenemos una sola palabra para indicar la experiencia de amar. Las palabras de Jesús hace referencia a un amor con una matriz particular: el amor que es de Dios y que viene de Él. En griego, la lengua del Nuevo Testamento, hay dos palabras diferentes para referirse al amor. Cuando el amor se concentra más en  las propias necesidades, viendo las propias necesidades, viemndo a lasw otras personas como necesaria para satisfacerlas, se usa el término “eros”. En cambio cuando la atención está puesta en el bien de la otra persona, sin importar si hay o no hay beneficio para quien ama, entonces se usa la palabra “ágape”. Jesús habla de este tipo de amor.

              Permanecer en el amor de Jesús significa dejarse amar por Dios, con el amor gratuito que caracteriza todo lo que Él hace para nosotros; significa estar en comunión con Dios, tanto que podemos participar de su gozo, experimentando la plenitud en nuestra vida. Amando los unos a los otros significa extender esa experiencia de amor gratuito de Dios, haciendo llegar a nuestros hermanos, seamos bien correspondidos o no. El ejemplo está en Dios, que nos amó y nos envió a su Hijo como víctima de propiación por nuestros pecados. Pero también Jesús, que dio su vida por nosotros.

             Hemos sido elegidos por Jesús como sus amigos; su amor de ágape es para nosotros. Estamos destinados por Él a dar mucho fruto, es decir, a amar al prójimo con el mismo amor, abundante y constante, con que Dios no ama.

 

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